lunes, 15 de octubre de 2012

- ¡Vamos, es hora de dar pedales! 

No pude evitar reírme. Mientras Joan se aferraba fuertemente al asiento siguiendo con su ya de sobra conocido pánico al despegue, yo tenía la vista completamente fija en ese enorme edificio de cristal en el que las personas, cargadas de ilusión y de alguna que otra prenda de más en sus maletas, esperaban impacientes la llamada de embarque que anunciaba el inminente inicio de sus viajes.
Siempre me han gustado los aeropuertos, es el único sitio donde se respira ilusión en todas y cada una de sus partes. En él, puedes encontrarte con todos los tipos de ilusión posibles, desde la del comerciante feliz por sablarte en su mísero pero al parecer, rentable negocio, hasta la notable ilusión de las familias por el reencuentro de algún ser querido que ha optado por volar del nido y embarcarse (y nunca mejor dicho), en una apasionante aventura por su cuenta.

En realidad, en ese momento mi estado de ánimo distaba mucho del de cualquier otra persona que está a punto de enfrentarse a una gran aventura. Sí, la vida en mi casa era digna de reality y sobrellevar mi día a día era como intentar sobrevivir en el amazonas, pero nada de eso me emocionaba más que el sentimiento de libertad que había experimentado días atrás. Por eso, encontrarme ahora encerrada en aquel gigante pájaro de metal rumbo a un lugar donde la historia es como siempre, donde siempre, y a las mismas horas de siempre, inevitablemente me hacía sentir como si de un hachazo me hubiesen cortado unas alas recién estrenadas.

Mis oídos empezaron a pitar a la par que la velocidad del avión iba en aumento. Mientras, yo seguía con la vista fija en el cristal, si quiera molestándome en enfocar cualquier cosa que pudiese despertar mi atención, y simplemente limitándome a dejarlas ir, sin más, como había dejado ir todos esos malos días y pensamientos durante nuestra estancia en Barcelona.
Sentí esa sensación de vacío causada por el cambio de presión que se genera en la cabina del avión en el mismo instante en que este, se alza un palmo del suelo y como si le fuese la vida en ello tirase de su cola intentando estabilizarnos en el aire.
Una vez oído el estruendo producido por el tren de aterrizaje al plegarse, fui saliendo lentamente de mi estado de “shock”. Aún era incapaz de creerme que hubiese estado en Barcelona, simplemente no era capaz de procesar todos y cada uno de los momentos que Joan y yo habíamos vivido y que ahora definitivamente, habían llegado a su fin.

Una repentina ola de emoción recorrió mi cuerpo por un segundo. Al fin, tras cinco días recorriendo la ciudad estaba viendo el mar. Lo habíamos intuido en la letanía tras todos esos hermosos edificios y polución, pero las ansias de conocer mundo y tanta sensación de libertad, hicieron que nos mezclásemos con el ambiente cosmopolita y nos dejásemos llevar, lo que al parecer, no nos condujo en dirección al mar.
A medida que íbamos sobrevolando nuestro (geográficamente hablando) hermoso país, yo me iba hundiendo en mis pensamientos, reflexionando sobre todos y cada uno de los cambios que había sufrido a lo largo de toda mi vida y cayendo en la cuenta de que en realidad, los más duros e importantes se habían desencadenado durante el último año de la misma.

Y así fue como empecé a recordar mis primeros años en la ciudad, fría, oscura y verde, sumida en una humedad continua donde el sol rara vez asoma y donde a la lluvia podría considerársela como la más fiel de las compañías. De aquello hacía ya sus doce largos años, tiempo de sobra para acostumbrarme, pero nunca suficiente para adaptarme.
Yo, tan encantadoramente ingenua como era, luciendo la mayor de las sonrisas y una piel visiblemente más bronceada que la del resto, a causa de mis muchas horas de exposición al sol en lo que ya podía considerarse como “mi anterior vida”, fui colocada en un colegio en el que ser nueva significaba una humillación.
Aún recuerdo el primer día en el que entré en ese frío salón de actos, en tirantes, pues aún estábamos en “verano”, y con una mochila naranja y morada a cuestas. Mejor ni reparamos en lo que se desencadenó los sucesivos años en los que estuve de visita por el purgatorio.
En general fueron años de mudanzas, de casas que servían como almacenes hasta que finalmente encontrásemos la definitiva, y cuando por fin sucedió, me encontraba viviendo a las afueras en un chalet con su correspondiente jardincito, su plaza de garaje y su trastero propio; con un trozo de acera que mantener, y con un cubo de basura en el que se veían rotulados número y dirección de la vivienda a la que pertenecía. Sólo nos faltaba el perro.

Se me rompió el alma al recordar el día en el que, en un desesperado intento de olvidar todo lo que había sido mi vida y resignándome a vivir la que me habían condenado, envolví y entregué a mi madre una pequeña bola de cristal donde se veían reproducidas todas y cada una de las siete islas que, perdidas en mitad del océano, formaban el archipiélago que me había dado la vida y me había visto crecer. Por aquel entonces yo sólo tenía ocho años, y por lo que se ve, el dramatismo lo llevo desde siempre, normal que a Joan le encante cortarme el royo.

Una sonrisa se dibujó ahora en mi cara, Joan, qué gran descubrimiento y qué cantidad ingente de tiempo y esfuerzo desperdiciado hasta encontrarla.
Resultó salida del mismo purgatorio en el que yo fui colocada, es decir, que la conozco de toda la vida. (Véase que mis desesperados intentos por olvidar cualquier rastro de mi vida fuera de la dichosa ciudad en la que estaba condenada, habían dado sus frutos).
Joan resultó ser una persona que, de al no ser que vayas buscando a alguien como ella, te pasa totalmente desapercibida. Mejor dicho, te pasaba. Viéndola ahora no tengo más remedio que quitarme el sombrero ante lo que se ha convertido, sobre todo para mí.

En realidad recuerdo bien poco de cómo llegamos a conocernos. Estando en el mismo grupo de amigas, muchas niñas quisquillosas exigiendo lo máximo y aportando más bien poco, en fin, cosas de la adolescencia. Hasta que no tuvimos nuestros bonitos quince años la una pasó totalmente desapercibida para la otra, incluso estando en la misma clase compartiendo pupitre fui tan sumamente inconsciente de no saber ver más allá de esa niña callada y con la mirada gacha. Más vale tarde que nunca.
Cuando finalmente las ironías del destino decantaron la balanza del lado contrario al nuestro, nos dimos cuenta que, tras esa guitarra y melena negra, y tras mis vestiditos y zapatillas de ballet, había dos personalidades perfectamente compatibles que poco a poco comenzaban a despuntar.

Já, he de agradecer a las Lindas el punto en el que me encuentro. Si nadie nos hubiese puesto el camino tan empedrado, ninguna de las dos nos habríamos apoyado en la otra para superarlo. Joan fue la sensata de las dos en darse cuenta de que ocho niñas alzando la voz pretendiendo hablar una por encima de la otra, no era algo que pudiese considerarse amistad. Tuvo la suerte que al empezar el instituto y habiendo elegido la rama técnica del bachiller, encontró a la gente adecuada a la que poder denominar amigos. Siempre me alegré por ella, incluso mientras la panda de arpías intentaba ponerme en su contra, siempre supe que su decisión fue, en definitiva,  la acertada. Tal vez y por eso no sorprendió mucho que yo siguiera sus pasos despidiéndome de las Lindas y comenzando a ver la vida por mi cuenta y riesgo sin nadie que dictase una dirección por la que ir.
Nunca tuve nada asegurado salvo que Joan me apoyaría, y me bastó. Ahora gracias a eso sé a dónde mirar cuando alguien me pregunta dónde están mis amigos y sé a quién aferrarme cuando soy incapaz de decidirme hacia dónde ir. Qué poco agradecida fui al principio cuando simplemente brindaba inseguridad y desconfianza, encasillando a Joan y a los chicos como personas a las que, de abrirme, se aprovecharían y me destrozarían como anteriormente me había pasado. Si bien hay algo que Joan conoce a la perfección de mí, es esa parte de mi pepito grillo que dice que a cada nueva persona que nos permitimos querer, no es más que otra futura pérdida. Y ahora pensándolo bien, cuánta paciencia y comprensión había mostrado Joan a lo largo de este último año.

Pero aquí estábamos, con nuestras dificultades, dos chicas aparentemente diferentes que, en realidad se comprendían cuanto menos a la perfección, ya que habiendo pasado por lo mismo y habiendo tomando decisiones totalmente diferentes, habían llegado al mismo puerto logrando ser fieles a sí mismas.
Poco queda de aquella niña hecha trizas por ironías del destino. Si a alguien tengo que agradecer el hecho de abrirme los ojos en cuanto a tópicos sobre humanidad se refiere, es sólo y exclusivamente a ella.

Joan estaba ahora escuchando Metallica a todo volumen, toda ella, su expresión y sus gestos se movían al ritmo de la música imitando un punteo de guitarra imaginaria que supongo, coincidiría con el ritmo de la canción. Mientras tanto yo, intentaba recapitular todos y cada uno de los detalles que habían contribuido a forjarme tal cual era hoy.

Hacía escasamente un año, luchaba por mantenerme cuerda en una cosa que no puede describirse de otra manera que no sea  un circo. Cuando me vi harta de tanto equilibrismo sobre falsas amistades, rencores, rumores y envidias, fui destruyendo poquito a poco todo lo que me rodeaba, no dándome cuenta de que en realidad lo único con lo que contaba y peor parado había salido, había sido yo misma.

Tras una clara, y por otra parte, inconsciente autodestrucción, decidí que ya era hora de preocuparse por algo por lo que nadie se había preocupado hasta ahora, dígase preocuparme de mí misma. De sobra ya sabía que de no hacerlo yo, nadie más estaría dispuesto, así que y aún ignorando el cómo, conseguí despojarme de ese sentimiento de fracaso, de esa nula por no decir inexistente autoestima, y me negué a seguir lamiendo mis heridas decida a dejarlas cicatrizar de una vez por todas.

Y así fue como, un año después, tras haber dejado el instituto, tras haber conseguido lo que todos se negaban a creer que conseguiría y tras haber demostrado que soy más que capaz de hacer todo lo que me proponga, siempre y cuando me lo proponga, puedo decir que a pesar de haberlo pasado tan mal, de haber tirado la toalla y de haber dejado de luchar, no cambiaría absolutamente nada de mi vida pasada.
De pequeña siempre dije que quería hacer de mi vida una gran obra de arte, cierto es que nunca he sabido dibujar, y que mis dotes musicales son del todo nefastas, pero el hecho de haber sobrevivido a este último año me da más que de sobra, el derecho de poder decir que si mi vida no es una auténtica obra de arte, que baje Dios y lo vea.

Había tenido que enfrentarme día a día al hecho de cruzar la puerta del colegio y sentirme totalmente desprotegida, y lo había consigo, cada día cruzaba esa puerta a sabiendas de que ahí dentro la mejor baza que podía jugar era cuidar de mí misma. Incluso cuando el cansancio, la frustración y la falta de lógica alguna sobre lo que pasaba en mi vida me hicieron olvidar qué papel tenía que jugar en la misma, seguí adelante, herida y perdida, tomando nefastas decisiones que no hacían más que complicar de por sí, el pésimo estado inicial. Claro está que me vino de perlas terminar el instituto, lo cual me permitió ver con otros ojos la sucesión de fracasos coleccionados.
Después, el subidón de dar carpetazo, de conseguir graduarme y de decir adiós a todas esas personas nocivas, trajo consigo las ganas y la vitalidad necesarias para aprovechar el tiempo perdido y dicho sea de paso, para poner cada una de las cosas (y también personas) en su lugar.
Cambié radicalmente el sentido de mi vida, sorprendiéndome a mi misma y cambiando a última hora de carrera tras todos y cada uno de los quebraderos de cabeza que supuso el hecho de ser una “letrasada” luchando por una plaza en una carrera de ciencias. Y sí, la conseguí, y no solo eso, si no que despunté en todas y cada una de las asignaturas recibiendo felicitaciones y alguna que otra oportunidad añadida. Y así fue como pasé de ser la niña a la que nunca nadie le daba la oportunidad de nada en la vida, y que por descontado ella nunca la exigía; a ser la chica que rompió el molde y que cerró de un golpe seco, todos los posibles debates que podrían existir acerca de si estaba o no capacitada.

Joan como no, jugó un papel primordial en ese giro de 180 grados dado a mi vida. Gracias a ella, el pesimismo y la desgana que años atrás se había apoderado de mí, comenzaron poco a poco a desvanecerse, siendo remplazados por optimismo, vitalidad y ganas de bronca. Siempre recordaré el momento en que Joan reconoció que yo era chunga de carácter, mientras que ella lo era de vestimenta.
El hecho de no haber tenido a nadie que luchase nunca por mí, había generado en mí las ganas de ser esa persona que siempre estaría dispuesta a dar lo que hiciese falta por aquellas personas a las que quería. Y en cierto modo, lo conseguí.

Había ganado las dos batallas más importantes de mi vida en tiempo record. En solo cuestión de un verano, había decidido mi futuro en base a lo que quería hacer con mi vida, había descubierto quién era y por fin, había comprendió cómo todo lo que había ido pasando me había afectado realmente. Descubrí que todo gran vacío puede contrarrestarse, que ninguna persona es imprescindible, pero que todas y cada una de ellas te dejan un algo especial. Que no merece la pena desear volver al pasado, sino que este ha de ser una mera pauta para guiar tu presente, permitiéndote conseguir en tu futuro lo que deseas, y que sobretodo, y hasta que el cuerpo aguante, una lucha  especialmente con o contra ti mismo, nunca debe abandonarse, porque todo cuanto esté en tu mano hacer, has de hacerlo y es de vital importancia, porque nunca se sabe si nadie más puede hacerlo por ti. Pero sobretodo, y segura al ciento diez por ciento, había encontrado las personas adecuadas con las que poder compartir mis penas y glorias, ratificando mi desde siempre corazonada de que por mucho que lo intentemos y nos neguemos a ello, nuestra felicidad siempre tiende a depender de otras personas, pues, al fin y al cabo, es con ellas con quien se comparte o con quien se añora. Poco a poco la balanza empezaba a reequilibrarse a mi favor.

Es cierto también que tanto espíritu propio del romanticismo, bastó para abrirme los ojos en cuanto a relaciones se trataba. Años atrás me había visto obligada a recluir o retener cualquier tipo de emoción, haciendo poco a poco que la alegre chica de sonrisa despreocupada se volviese introvertida, fría y en ocasiones inaccesible, acabando así completamente con todo lo que en su día me había definido y caracterizado.
Ahora, tras una sucesión de buenas decisiones, tras asumir que resignarse no era una opción, y tras descubrir que era capaz de trasformar todo ese sufrimiento en fuerza, había una parte de mí que se encontraba vacía, exenta de emociones y significado. En realidad sonaba estúpido pero, simplemente quería enamorarme, y Martin estaba ahí. Siempre había dado por imposible que él pudiese enamorase de mí, algo muy en el fondo sabía que seguir intentando cualquier vago acercamiento a él no desencadenaría otra cosa más que sufrimiento, por mi parte.
Había visto y además en varias ocasiones, como recurría a mí en busca de su pequeño kit de supervivencia, y como se marchaba igual de rápidamente con otra y nunca quedándose conmigo. El por qué nunca fui suficiente para él será una duda que siempre me persiga. Mientras tanto, él volvía a llevarse una página más de una historia que empezaba hacía ya años y que se encontraba formando parte de un capítulo que ya empezaba a extrañar un final, ya fuese bueno o malo.

No saber que éramos o ni si quiera qué nos había pasado, fingiendo importarnos de la manera más protocolaria posible, acababa conmigo hasta tal punto que no sabía cómo sentirme cuando tenía noticias suyas o veía su rostro entre la multitud en los bares. Podría decirse que enamorarse un poco más de la cuenta fue una mala inversión, pero ni si quiera estaba segura de que realmente eso hubiese sido lo que nos hubiese sucedido. Simple y llanamente se puede hacer lo adecuado con la persona adecuada, pero de no ser en el momento adecuado, todo torcerse. En definitiva que él acabase de salir de una relación, que yo estuviese falta de afecto y que siempre que estábamos juntos, de una forma u otra, alguno de los dos la cagase, anticipaba que desde luego el momento no era el propicio. Aunque no sería del todo justo culpar al destino, pues al fin y al cabo, la indiferencia mostrada por Martin durante todos estos meses no dejaba duda acerca de si yo era o no, su persona adecuada.



En ese mismo instante el pitido que indicaba que era hora de abrocharse el cinturón, me recordó que estaba a punto de regresar a mi ciudad, la ciudad que me había visto reconvertirme sí, pero al fin y al cabo una ciudad llena de fantasmas, de recuerdos amargos y de caras que quisiera olvidar.
Esta semana había fantaseado con iniciar una nueva vida, la vida que llevo tiempo ansiando edificar, por eso después de estar una semana buscándome la vida alejada de todo cuanto me impedía vivirla en paz, el hecho de regresar a casa se había convertido en una auténtica pesadilla, y es que en ocasiones, cuando las circunstancias se salen extraordinariamente de lo normal, el mundo se vuelve raro y parece que ya no será posible recuperar la vida de antes.
Y en cierto modo era así, ya nada volvería a ser como antes porque lo anterior no era más que el principio del fin de un modo de vida que ni me convenía, ni quería de vuelta.

Por el momento, las alas del avión seguían cortando un aire que, a medida que íbamos perdiendo altitud, iba espesándose a causa de las nubes negras, la niebla y el agua. Miré una última vez por encima de mi cabeza, el cielo  azul parecía seguir allí, lo cual me recordó que venirse abajo era la opción fácil. Comenzaban a diferenciarse los primeros edificios, esa era mi ciudad, aquella en la que durante tanto tiempo había estado condenada pero que tantas cosas me había aportado.
En ese momento, sentir como Joan apretaba fuertemente mi mano y en dirección a la ventana señalaba tan entusiasmadamente un edificio, me reconfortó por completo.

   ¡Hostia mira Em! Pero si desde aquí se ve perfectamente nuestro colegio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario