sábado, 14 de abril de 2012

Y ahí estaba ella, con la frente plagada de pequeñas gotitas de sudor frío, sufriendo aquellos escalofríos que le recorrían de arriba abajo el cuerpo. No lo podía entender. ¿Cómo algo que en aquel momento había quemado tanto, la había encendido como nunca y la había hecho disfrutar por primera vez en mucho tiempo, podía ahora recordarse de una forma tan fría y distante?.

Em, que se estaba debatiendo entre el gélido frío de su cabeza y el ardiente deseo de su interior, solo logró deducir de todo aquello que se había quedado anclada en el pasado. Atada a un pasado no tan lejano pero que, pensándolo bien, de aquella noche la separaban muchas otras noches.
Empezaba a odiarlo, lo odiaba con todas sus fuerzas. Nada de lo que había hecho hasta entonces conseguía sacar de su cabeza aquella noche que pasó con Martin. Noche de pasión, de deslices, de que nada importase salvo ellos dos, noche de esperanza soñando con que al despertar todo se habría arreglado. Noche que pasó tan rápido como llegó y que la dejó más vacía de lo que ya se encontraba.

Vuelta en la cama. Em mira fijamente la oscura pared carente de toda forma o figura, sin embargo ella, revisa una y otra vez aquella noche como si de una película proyectándose sobre su pared se tratase.
Como era de esperar, a malas noches les siguen malos días, y para empezar, el día ya había empezado mal.
Era Domingo, de esos asquerosos domingos que no hace más que llover y que las únicas fuerzas que puedes sacarte de debajo de la manta son aquellas que te hacen querer mandarlo todo a la mierda.

Sonó el despertador. Em se había quedado sin salir la noche antes pretendiendo levantarse temprano a estudiar.
Nueve de la mañana.
Con tanto cabreo como sueño,  se enfundó los vaqueros y unas botas y con el máximo sigilo que sus ganas y ánimos le concedieron, enchufó al perro a la correa y lo sacó a pasear.
Sigue lloviendo.

   ¿Para qué se necesita un paraguas?

Después de comprar pan recién hecho y tras una vuelta rápida donde, por desgracia, había terminado de ver la idílica escena del sol terminando de salir, volvió a casa al ritmo de "So What", agitando el cuerpo en un desesperado, y por otra parte patético intento de sacarse de dentro todos aquellos pensamientos negativos.
Su desayuno favorito.
Poco duró la repentina paz que le brindaba su cocina solitaria apenas iluminada dado que las oscuras nubes negras permitían poco más que una fría ducha de realidad. Su madre apareció en pleno momento melancólico con Em apoyada en la pared y mirando llover a través de la ventana.

   Que pronto te has levantado, ¿tienes que estudiar?
   Siempre…
   ¿Qué tal llevas el examen?
   Bien, bien, sin problema…

Já! Había sido totalmente incapaz de sentarse a estudiar en toda la semana. Su nivel de interés por cualquier cosa estaba rozando mínimos hasta ahora nunca vistos en su historia.
Recogió su plato y apurando al máximo su último trago de café, desapareció por la puerta sin despedirse, y en el momento justo. Su padre recién levantado bajaba por las escaleras sintonizando su matinal emisora de radio favorita.

A espaldas de Em, y mientras esta subía las escaleras, la voz tosca y amortiguada de las tertulias de la radio empezó a sonar a todo volumen.
Em sonrió irónicamente, en esa casa no había mucho de lo que hablar ni nadie que pareciese inmutarse de nada.


13:00 pm
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Fueron pasando las horas y el único conocimiento que Em había adquirido de sus muchas “horas de estudio”, era que su nivel de cansancio tanto físico como psicológico y emocional, y sobre todo, sus ganas de estudiar eran inversamente proporcionales a la cantidad de cosas que tenía pendientes por hacer. Decidió tomarse un descanso pensando que, ilusa de ella, aprovecharía la tarde y recuperaría las horas perdidas.

Qué sarcástico, en realidad nunca recuperaría las horas que perdió, desaprovechó y malgastó esperando a un hombre que jamás estaría preparado, y no solo para tener una relación, sino que jamás estaría a su altura.
Esa mezcla de sentimientos se fueron convirtiendo en una enorme bola que en su estómago ardía más que cualquier deseo que pudiera sentir hacia él.
Sentía rabia de todo el tiempo tirado a la basura y que, puestos a ello, seguía malgastando en él. Qué poca economía emocional estaba mostrando. Se sentía débil y estúpida por ser totalmente incapaz de parar.

Agarró su bolsa de deporte, chica lista, veía lo que se le venía encima. Salió por la puerta bajo la mirada atónita de sus padres que, encajando totalmente en la estampa del vecindario idílico en el que vivía, estaban fregando los platos en familia al son de Frank Sinatra.

Con la música a tope y recién llegada al gimnasio, volvió a debatirse en su fuero interno en cómo sacar la rabia que llevaba dentro.
Cinta. Correr… querer huir de los problemas, aumentar el ritmo esperando alejarse de todo sabiendo que realmente seguiría en el mismo sitio, o, ático, añorada caja de cristal donde cualquier problema quedaba fuera.

Subió las escaleras intentando controlar las repentinas emociones que se sumaban a su bola estomacal, buenos recuerdos salpicados del sabor agridulce de la cobardía y de la falta de fe o esperanza.
No recordaba la última vez que había estado allí, bailando fuertemente agarrada a esa barra que, en cuanto la música empezaba a sonar, era todo cuanto la mantenida anclada al suelo.
Al fin llegó, doblada y jadeante, pero convencida de que valdría la pena.
Miró a su alrededor, estaba sola y en silencio, todo seguía en su lugar. Para su sorpresa y a pesar de la oscuridad del día, la sala estaba totalmente iluminada sólo, por y a causa, de la luz natural.
Se bajó los pantalones, sus viejas y ya gastadas mallas de Ballet resplandecieron más que nunca. De repente se sintió segura.

Em era perfectamente consciente de cuál era su debilidad y sabía que, en aquel momento, caer de nuevo en ella no haría más que complicar las cosas. Le dio igual, allí, subida sobre sus puntas y sosteniendo todo el peso de su cuerpo sobre sus doloridos dedos de los piés, decidió que por un día, volvería a sucumbir en el carácter impenetrable que tanto la había caracterizado tiempo atrás. De nuevo volvería a esconder sus pensamientos, sentimientos y emociones para sólo así, y por su propia cuenta, como hasta ahora, solucionarlos y ponerles fin.
La música empezó a sonar y al ritmo que el cuerpo la seguía, su alma y autoestima comenzaban a recomponerse. Sabía que era malo, que estaba edificando el aire, pero le dio igual.
Volvió a concentrarse en esa meta inalcanzable que, a medida que más deseas poseerla, más distante se encuentra de ti. La perfección. Su adicción favorita en la que tantas veces había sucumbido y de la que tanto le había costado escapar.
Y aquel había sido sin duda, el precio que había pagado por su tan ansiada libertad, abandonar todo cuanto tenía para sólo así saber qué de todo aquello, formaba parte de ella en realidad.

Los pensamientos fluían al ritmo que lo hacían sus movimientos. Aquel día, aquella vez. Ese error, ese cambio. Su perdición.
Lo había perdido todo y aún así, nunca se rindió. Esa conclusión fue entonces la que le hizo darse cuenta de que, una vez ya había conocido el infierno, y lo que le estaba haciendo ahora Martin no era más que un mero recordatorio de lo que le podría pasar de no ser adulta, fuerte y no tener agallas.

Dos horas después de esa profunda reflexión, plantó los pies de nuevo en la tierra, y deseo no haber cabreado a sus padres. Llegaba tarde, muy tarde a comer.
Mientras corría en dirección contraria a la lluvia, se volvió y contempló el ático, la enorme caja de cristal en la que había pasado su infancia bailando e intentando encajar. Moviéndose a pausados movimientos con el corazón latiendo a mil por hora, y todos y cada uno de los puntos de su cuerpo bajo tensión. El ballet, aquel gigante desconocido que nunca se le dio del todo bien, pero del que se quedó totalmente prendada en el momento que pisó un escenario.

Y ahí estaba ella, la eterna chica perfecta que, sucumbió en su día ante un desliz. Realmente ante unos cuantos. Dolorida, consciente de que era fuerte y sin temor de reconocer que tenía miedo. Miedo de acabar destrozada por Martin, de perder todo lo que tanto le había costado reconstruir, a ella misma.

Entró por la puerta y tras comprobar que todo estaba en orden, gritó en busca de su madre.

   ¿Mamá? ¡he vuelto!
   Ya veo, te estábamos esperando para comer.
   No mamá, he vuelto a bailar. Quiero volver. Volver al ballet y a ser bailarina.

Su madre no estando muy segura de que decir, la miró con una expresión que hablaba por ella. Por fin volvía a ser ella, la hija que un día se marchó sin decir a dónde y que en su lugar dejó a un zombi viviendo rápido para no pensar.

Y así, aunque conociendo pero ignorando todo el mundo los verdaderos motivos que habían hecho que Em un día se perdiese, recibieron todos con los brazos abiertos la feliz noticia de que al fin, había vuelto.

Y no fue lo único que volvió aquel día. Como cada mes de cada año, a cada mujer cuya edad se encuentra comprendida entre los 12 y los 45 años, algo sorprendió a Emily mientras se duchaba.
No era más que la normalidad. La normalidad de una vida que no aprecias hasta que crees estar a punto de perder.
Y una vez resueltas las dudas sobre si se vería o no forzada a tener que llamarle cargada de malas noticias, honestamente se juró así misma que aquella normalidad era lo último que iba a compartir con Martin.

Y así decidió que sería.

“Que te eche de menos, no significa que te quiero de regreso en mi vida; eres una costumbre, no una necesidad.”


martes, 10 de abril de 2012


3:30 pm.

«Gimme fuel, gimme fire, gimme that which I desire!»

Abrí los ojos, asustada por la repentina música. Era una mañana de estas en las que te levantas y todo, absolutamente todo, te da vueltas. Definitivamente no tenía que haber bebido tanto. 

Es curiosa la capacidad que tenemos las personas para hacer planes y esperar que todo salga según lo previsto, pero más curiosa es aún la facilidad que tiene el destino, el karma, Dios, o como lo queráis llamar, para darles la patada a ti y a tus planes y retorcerlo todo a su antojo. Recuerdo cómo salí ayer de casa, con la firme intención de estar un par de horas (tres a lo sumo) fuera y de levantarme pronto al día siguiente para no hacer el ridículo el lunes en la facultad. Já. Me río yo de los planes.

Cogí el móvil para apagar el despertador. En otras condiciones lo normal habría sido que hubiera saltado de la cama y me hubiera puesto a bailar como una loca al ritmo de esa canción que tanto me gusta... pero no estaba de humor, no aquella mañana. Decidí ignorar todos los mensajes que saturaban mi teléfono, así que lo apagué porque sabía perfectamente lo que iba a encontrarme: unos cuantos mensajes de Em para asegurarse de que seguía viva, quizá otros tantos de Amanda quejándose de alguna cosa de su ajetreada vida y, como no, un mensaje de él. Así que ya tendría tiempo de contestarlos después. Todavía sentada en la cama volví a cerrar los ojos, pero las imágenes de la noche anterior no podían salir de mi cabeza. Lo cierto es que la noche había sido un tanto extraña desde el principio: aunque había comenzado bien, tomando algo con Em y los chicos en el bar de siempre, las cosas habían empezado a desvariar por momentos. Recuerdo cómo tuve que firmar la paz con un tío que ni siquiera me cae bien a golpe de tequila, y me acuerdo perfectamente de las miradas indiscretas de Matt y sus amigos cada vez que nos encontrábamos con ellos por la calle, pero lo que no sé exactamente es cómo acabé, yo sola, en un antro de mala muerte con Joe, intentando convencerle para meterle en un taxi y se fuera a dormirla a su casa. Y cuando por fin lo había conseguido y estaba a punto de irme a casa mi teléfono comenzó a sonar. Jake. Genial. 

– ¿Dónde estás?
– ¿Y lo quieres saber porque...?
– Estoy en el bar de Bill tomando algo con estos, podías pasarte.
– Olvídalo Jake, estoy en el Ayuntamiento, me voy a casa.
– Vale, espérame, te acompaño. Piiiiii.

Lo dicho, genial. Y nótese el tono irónico de la frase. Hacía casi cuatro meses que no sabía absolutamente nada de Jake y visto lo visto hubiera preferido que la cosa siguiese así. Es cierto que le había echado mucho de menos, pero después de todo lo ocurrido yo no estaba dispuesta a intentar arreglar las cosas. Él había dicho que, ante todo, nosotros dos éramos amigos, y que aunque termináramos aquella “relación” no definida que ambos manteníamos las cosas no cambiarían entre los dos. Já. Me río yo de los hombres que dicen eso. Llegados a ese punto tenía dos opciones: largarme y tener que aguantar una semana entera de reproches por parte de Jake o esperarle y atenerme a las consecuencias de lo que pudiera pasar. Todavía seguía enfrascada en aquel dilema cuando vi aparecer a lo lejos una silueta conocida al final de la calle. Alto, sudadera roja, manos en los bolsillos, paso tranquilo... sin duda alguna tenía que ser él. No era guapo ni especialmente atractivo, pero era de esa clase de personas que tienen magnetismo, ese “je ne sais quoi” que te deja tonta e indefensa. La decisión estaba tomada, ya no podía echarme atrás y salir corriendo.¿Que cuál fue mi error? Sin duda alguna confiarme demasiado. Confiar en que ya lo tenía superado,  en que ya había pasado página y confiar en que no me dejaría embaucar por su labia. No esta vez. 

Creí que lo tenía todo controlado, pero cuando me quise dar cuenta Jake me había quitado las llaves, se había colado en mi portal y, como solía hacer siempre, se había sentado en las escaleras dispuesto a cualquier cosa menos a dejar que me fuera y entrara en casa. Y allí estaba yo, sentada una vez más sobre sus rodillas. Parecía que todo volvía a ser como antes, pero lo cierto era que todo había cambiado. Y entonces él dijo las palabras que yo llevaba toda la noche temiendo oír: 

– Quiero besarte.
– Ya es un poco tarde para eso ¿no crees?
– ¿Qué pasa, acaso no puedo hacerlo?
– Te recuerdo que fuiste tú el que dejó de hablarme, no puedes volver ahora como si no hubiese pasado nada.
– Tu tampoco volviste a hablarme.

Mi cabeza quería levantarse, pegarle, abofetearle, quería gritarle hasta quedarme sin aliento. Mi cabeza me decía que Jake había sido un capullo, que me merecía algo mejor que él, que tenía que pasar página de una maldita vez... pero mi corazón... definitivamente mi corazón era idiota. Y así, sin más, pasó. Me tiré a sus brazos una vez más, movida por la nostalgia y por los recuerdos, dejando libres todos los sentimientos que había estado guardando estos cuatro meses. Y cuando mis labios volvieron a encontrarse con los suyos... sencillamente perdí la cabeza.

[...]

4:15 pm

– ¡Joan baja a comer!

Volví a abrir los ojos. “Bien –me dije– supongo que ya es hora de afrontar la realidad”. Decidida, encendí el móvil y miré los mensajes. Jake, enviado el 11 de marzo a las 5:31 am. Cogí aire antes de leerlo: “Bueno, y supuestamente yo tengo una relación estable con esa rubia cachonda con la que me viste el otro día jajaja”. Las palabras me atravesaron. El teléfono se me resbaló de entre los dedos. Ni siquiera tuve valor para leerlo en voz alta, y tampoco sería capaz de explicar con palabras lo que sentí en aquel momento. Creo que nunca en toda mi vida me había sentido tan vacía por dentro, tan sola. Sí, me río yo de las relaciones estables.

Así que aquí estoy yo, sola y abatida una vez más. El mundo 1 - Joan 0: esa es mi vida.

viernes, 6 de abril de 2012


«Dicen que el tiempo cura las heridas. No estoy de acuerdo, las heridas perduran. Con el tiempo, la mente para proteger su cordura las cubre con cicatrices y el dolor se atenúa, pero no desaparece.»
Rose Kennedy.



Fue todo cuanto escribí y fue precisamente lo que comprobé esa misma mañana.
Él podría dedicarse a romper todo lo que era como si estuviese hecha de papel o de cristal, pero era perfectamente consciente de que si lo hacía crecería desde el suelo y me convertiría en un auténtico rascacielos, lejos, muy lejos de él. Ambos lo sabíamos.
No había problema alguno en olvidar todo lo que había pasado, tantas horas en vela con tan poco que decir, tantos altibajos, decepciones, todo eso era fácil solventarlo y mucho más fácil aún, hacer como si no hubiese sucedido.
El autentico problema es que parecía que a ninguno de los dos le importaba el hecho de que uno siguiese adelante sin el otro, y entonces el verdadero problema dejaría de ser lo que no habíamos dicho o hecho, ni siquiera lo que sí se hizo, mayoritariamente por mi parte. La verdadera razón de mi enfado y frustración es el por qué no dijo e hizo todo cuanto tenía que hacer para que siguiese a su lado.
¿A caso daba todo tan por establecido que ni se preocupó de mantener lo poco que ya de por sí quedaba entre nosotros? Ahora ni eso importa. Duele, pero ya no importa.

 ...


Lo diferente de esa mañana es que ella tan suya y tan ensimismada en sus cosas intentando no pensar en él, se sorprendió leyendo la respuesta que él le dio a su mensaje.
Al parecer Martin recapacitó y por un místico milagro de la naturaleza, decidió dar señales de vida. Un saludo formal, nadie sabe si fue sólo cuestión de educación. Superfluas preguntas por cortesía sobre novedades, estudios, algún que otro interés por los problemas del otro, y de repente, la frase. Ese “yo estoy mejor que nunca” salido de su boca y minutos después el “mi vida ha cambiado mucho estas dos últimas semanas” dicho por ella.

Y entre charlas ligeras cargadas de significantes pero sin apenas significado, el tiempo ha ido pasando. Dos meses en los que Em había descubierto todas y cada una de las múltiples caras que Martin podía tener. Meses en los que ella se había enfrentado a semanas enteras sin noticias, a llamadas a las seis de la mañana lidiando con él, borracho y al teléfono, a historias sobre sus “exs”, a confesiones desgarradoras, a conversaciones dónde lo único que podía hacer era contener las lágrimas y sólo a pocos, a muy pocos momentos de verdadera felicidad. 
Empezaba a pensar que ya nada de esto le compensaba.

Entonces, como alguien que cree firmemente en que las cosas deberían cambiar, se atrevió y dijo exactamente las cosas como las pensaba: “De sobra sé que no quieres que haya ninguna, y ese ninguna también me incluye a mí. Algún día sabrás qué es lo correcto y con un poco de suerte, aún seguiré aquí.”

Obviamente no obtuvo respuesta, tampoco la esperaba. Lo que sí esperaba es que Martin recapacitase y se diese cuenta de que, en realidad ella era todo cuanto él había deseado. Probablemente a día de hoy aún lo espera mientras que quizá él, nunca lo haga.