sábado, 16 de junio de 2012


«Mandinga everyday. Mandinga, zaleilah...
 Asi, asi, vamos alla. Zaleilah, everyday, everybody »

Vuelta en la cama. Flash-back de momentos vividos horas antes. Vuelta en la cama, esa conversación, esa mano, ese tequila…
Angustiada, harta y exhausta me incorporé dispuesta a echarle la mano al móvil y comprobar la hora que era. Pero, ¿Qué móvil? ¿El mismo que me habían robado la noche antes?
A oscuras tantee vagamente la pared en busca del interruptor de la luz, un fogonazo de luz blanca me descolocó. Definitivamente mi padre no había dado en el clavo a la hora de elegir los watios de la bombilla.

Sentada en la cama recapitulé la noche anterior. Había bebido lo suficiente como para que una declarada abstemia como yo, cayese totalmente inconsciente sobre la cama. ¿Por qué no podría haber sido así?

Sentí como un escalofrío me recorría la espalda a la vez que fragmentos de una conversación con Joan llenaban mi mente espesa.

   Qué extraño, tú y yo solas y a las tantas por la calle, tú sobria y yo ebria… ¡parece que el mundo se ha puesto del revés!  

   No, sólo parece que hoy ha sido a ti a la que le ha tocado encontrarse al chico y beber hasta olvidar.

Y cuánta razón tenía. Joan y yo llevábamos tiempo sufriendo la una en la piel de la otra. La amistad que nos unía era irrefutable pero afianzada todavía más en el momento en el que a las dos y a la vez, nos rompieron el corazón exactamente por los mismos motivos.
“El enemigo”, como habíamos denominado jactanciosamente a los respectivos responsables de nuestro dolor, nos había dejado a las dos con las mismas dudas, preguntas sin respuesta, y con el mismo sentimiento de vacío en el interior que aprovechábamos a llenar con cualquier otra cosa que pudiera amortiguar el sufrimiento.
Y es que de nada servía intentar poner en orden y en conjunto nuestros pensamientos y/o sentimientos si lo único que podíamos aportarnos la una a la otra era un mísero “te entiendo”, nada más.

Suspiré profundamente. La profunda empatía que sentía hacia mi mejor amiga no me hacía sentir para nada mejor. Afortunadamente y en plena crisis emocional por parte de ambas, causada tanto por el estrés de los exámenes, como por la falta de respuestas y de entendimiento, habíamos sido lo suficientemente listas como para mirar por nosotras mismas. De la noche a la mañana y desatendiendo tareas más importantes, decidimos aprovechar una oferta de última hora y danzar rumbo a Barcelona. Nuestro vuelo despegaba mañana mismo.

Me puse de pie de un salto, la debilidad arraigada fuertemente en mi interior hizo que me marease, y llevando concienzudamente mi mano hacia la cama intenté estabilizarme.
La noche de ayer, hoy de madrugada… ¿pero qué más da en realidad? Había sido auténticamente extraña. Empezando por el robo de mi bolso y acabando por mi borrachera, mirase por donde se mirase, eso no podría acarrear nada bueno.
Yo, tan responsable como presumía ser, acabé desplumada, sin bolso y mucho menos teléfono, dinero o identificación alguna, en medio de una juerga post exámenes a la que yo muy animadamente me uní. Lloviendo como llovía y bajo la estricta compañía de mis chicos, fuimos bar por bar bebiéndonos hasta el agua de los floreros.
Joan que estaba en una exquisita fiesta de cumpleaños, se unió desgraciadamente lo suficientemente tarde como para vivir la peor parte de la fiesta. Ahora la verdad es que me avergüenzo bastante.
No obstante y gracias a dios, se encontraba presente en el momento álgido de la noche que culminó con un extraño encuentro entre Martin y yo.

¡Martin! Tres meses sin verle, casi dos sin noticias suyas… El corazón me dio un vuelco al verle. Recuerdo haberme quedado inmóvil deseando ser un ser inerte, un mero objeto de decoración que pudiese pasar fácilmente desapercibido. Mientras tanto, sentir su mano tocando mi espalda desnuda a causa del escote del vestido, me desencajó. No obstante el hecho más extraño fue que, una vez recuperé la compostura y me giré esbozando una patética sonrisa, la atención de Martin no estaba dirigida a mí, sino a Joan que me miraba expectante y asombrada. ¿Qué fue lo que Martin le dijo? Ni se sabe. La conmoción del momento flotaba en el aire aún incluso después de que Martin se hubiera colocado al otro extremo de la barra.
No dije nada, me limité a levantar mi vaso de chupito ya vacío en dirección al camarero para que nuevamente lo llenase. Tequila. Tras el mal trago pasado y dudosamente a causa del alcohol, estiré sin pensarlo el brazo y frené a Martin en plena maniobra de escape justo delante de mí. ¿Qué tal? ¿No piensas darme dos besos? Genial, me pone cara de circunstancia… ¿PERO QUÉ COJONES…? Y así sin más, se fue.

A la mierda nuestras conversaciones, a la mierda las confesiones que le hice y que bien claro me queda que no supo valorar. Yo, una persona que evita cuanto menos hablar de sentimientos, emociones y del pasado, sobretodo del pasado, había decidido abrirme a él y ni siquiera Dios sabe por qué.
Yo, que presumo de ser fuerte y responsable, solita y sin ayuda me encargue en una noche, de desmentir todo esto y revelar que en realidad soy simplemente, estúpida. No sé si quiera como me siento, mal, claro está, pero soy incapaz de definirlo. Simplemente destrozada.

De golpe me entraron unas ganas terribles de llorar, decidí que todo este tiempo me había sentido tan segura de mi misma y de haber pasado página, sólo por el mero hecho de que evitaba a toda costa cualquier acción que tuviera como resultado un posible encuentro entre ambos. Y precisamente el hecho de evitar a Martin era el que evidenciaba que aún no lo había superado.

Apagué la luz y cerré los ojos fuertemente. Una vez me sumergí en medio de la penumbra me apoyé en la cama y echando totalmente la cabeza hacia atrás, quise evitar que las lágrimas se me escapasen. No quería llorar, no pensaba hacerlo en realidad.
Justo y en el preciso instante en el que mis ojos volvieron a la normalidad, unos golpecitos en la puerta me sacaron de cualquier rincón oscuro de mi mente en el que me encontrase.

   Emily despierta. Tienes que ir a poner la denuncia.

El tono amenazante de mi madre denotaba que seguiría sufriendo a mis padres actuando de manera trágica durante al menos, lo que quedaba de día.
Levanté de golpe la persiana. Estupendo, hace sol, y yo ayer empapándome para nada.
Apenas desayuné, mi comportamiento camicace de la noche anterior había fomentado cuanto menos, la aparición de úlceras estomacales.

Dos horas y media después, 157 páginas más leídas de mi libro, y sin noticia alguna del mundo exterior, aparecía nuevamente por casa igual de zombi que cuando me había levantado. No era persona.
Me senté en la cama. Un último recuerdo antes de fijar mí vista en la maleta a medio hacer. De una mala, me dije a mi misma, mañana pongo tierra de por medio. Nuestro viaje esperado, con un poco de suerte Joan y Em al estilo puro. Lejos problemas, fuera complicaciones.
La anterior vez había bastado un viaje para olvidarle, y yo misma lo había dicho, la anterior vez. ¿Cuántas más serían necesarias para poder decir que realmente se acabó? A este paso o acabaría con mis ahorros o tendría que cambiar de ciudad.
La noche anterior me había servido como precedente para saber que, al contrario de lo que presumía, seguía matándome por dentro el hecho de verle al otro lado de una habitación y saber que no tengo, y que realmente nunca tuve, derecho a atravesarla y de irme con él.

Me arrodillé ante la maleta y empecé delicadamente a guardar la ropa mientras, nuevamente, el último recuerdo antes de desviar mi atención hacia la maleta, regresaba a mi mente.
Se trataba como no de Martin, de él y yo despidiéndonos por última vez y apenas dándonos un beso antes de que el siguiese calle adelante, como si aquel gesto fuésemos a repetirlo reiteradas veces en nuestra vida. Recuerdo volverme y ver como se marchaba y desaparecía.
En realidad, el número de imágenes que he recuperado de mi mente de Martin yéndose, son infinitamente más numerosas que las de él sonriendo por mí.

Definitivamente eso fue todo cuanto bastó para que las lágrimas que había estado reteniendo se deslizasen por mi mejilla. Lo había vuelto a conseguir, sin proponérselo y seguramente sin importarle, pero me había vuelto a destrozar. Y mientras tanto él vivía ignorándolo.

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