viernes, 15 de junio de 2012

– ... y bueno, supongo que eso es todo –dije con un gesto resignación.

–  Alucino tía. En serio. No me lo puedo creer.

Supongo que Em necesitaba un pequeño lapso de tiempo para asimilarlo todo y soltar lo que pensaba. Y conociéndola lo iba a hacer en 3...2...1...

– ¿¿Pero de qué va este tío?? ¿¿Es en serio?? ¿¿Pero quién se cree que es?? ¿¿Una relación estable?? Si claro hombre, y yo soy un pollo ¿no? Alucino, en serio que alucino.

Sí, esa era justo la reacción que esperaba oír. Abracé mi taza con ambas manos mientras miraba a Em, que seguía absorta en su discurso poniendo verde a Jake, con una leve sonrisa en los labios. Sí, definitivamente esa era Em. Lo cierto es que no la estaba escuchando, pero tampoco me hacía falta hacerlo porque sabía perfectamente lo que me estaba diciendo. Em y yo somos amigas desde que éramos unas crías, cuando ella se mudó a la ciudad y comenzó a estudiar en la misma escuela que yo. A día de hoy no soy capaz de recordar cómo nos conocimos exactamente, pero lo que sí que recuerdo es que, ya por aquel entonces, Em y yo éramos bastante distintas la una de la otra: Em era, no sé, tan mona, risueña y extrovertida, hablaba con todos y siempre estaba rodeada de amigos mientras que yo... bueno, yo era yo, la chica que medía un palmo más que el resto y siempre iba con su guitarra a la espalda intentando no llamar demasiado la atención. A estas alturas de la película seguro que todos os estaréis preguntando que cómo fue posible que dos personas tan distintas llegaran a entenderse tan bien... pues la verdad es que ni yo misma lo sé. Quizás sí, Em y yo éramos muy diferentes, pero con el tiempo me di cuenta de que, en el fondo, éramos iguales, y puede que por eso a día de hoy nos baste con una mirada para entendernos sin necesidad de decir o hacer nada más.

– Joan, ¿me estás escuchando? Aggg en serio, ¡odio al enemigo!

No pude evitar soltar una pequeña carcajada mientras miraba hacia ella.

– Créeme que lo sé Em, ha quedado muy claro lo mucho que les odias a los dos.

Después de un par de horas más aburriendo a Em con mis problemas decidí que la pobre ya había tenido su dosis diaria de aguantar las truculentas historias de Joan y Jake volúmenes 1, 2 y 3, así que decidí que ya era hora de volver a casa no sin antes dar un paseo bajo la lluvia, cosa que me encanta. 

A veces pienso que esta ciudad se me queda pequeña. Lo cierto es que, vaya donde vaya, mire donde mire, no hay más que fantasmas. Cada calle, cada esquina, cada pedacito de este lugar tiene grabado algún recuerdo de otro tiempo al que me gustaría volver. Duele ver cómo la vida va avanzando, cómo poco a poco vas pasando páginas mientras ves que nada mejora porque aunque vayan pasando días, meses o incluso años tú pasas las horas reviviendo en tu cabeza los momentos del pasado. Una hora más tarde y después de unas cuantas vueltas por la ciudad llegué a una conclusión: perdida, sí, supongo que así era como me sentía yo en aquel momento. Lo cierto es que toda mi persona era un revoltijo de sentimientos contradictorios. “Se acabó” pensaba una y otra vez mientras echaba un vistazo a mi maleta, aún medio vacía. Me pregunto por qué es tan difícil seguir adelante. Me di la vuelta, abrí el armario y empecé a revolver entre mi propio caos para encontrar algo con lo que llenar mi maleta.

En aquel momento me di cuenta de que había renunciado a demasiadas cosas por culpa de Jake: tenía olvidados mis CDs de Metallica, y tampoco había vuelto a ponerme mi camisa roja de cuadros ni mi camiseta de Nirvana, supongo que ahora, en plena postguerra, los veía con otros ojos porque todo me recordaba a él. Así que me harté: ¿cómo podía un tío, que ni siquiera se había atrevido a decirme que se estaba enamorando de mi, venir y apartarme de aquellas cosas que me hacían ser quien soy? “Se acabó”, pensé una vez más. Encendí el equipo de música, rebusqué entre mis discos hasta que encontré “Master of Puppets” y le di al play mientras tiraba la camisa roja y la camiseta de Nirvana dentro de la maleta. Bien, si no podía borrarle de mi mente al menos tenía que hacerlo de mi teléfono, así que cogí el móvil, abrí el chat de Jake y miré fijamente la pantalla, esperando a que pasara algo que me hiciera cambiar de idea: “¿Está usted seguro de que desea borrar el historial?”. Cerré los ojos y suspiré. Aceptar. “No hay mensajes”. 

Volví a enterrar el móvil entre toda la ropa para no pensar en Jake y eché un vistazo a mi alrededor. Tiene gracia: lo cierto es que mi habitación reflejaba exactamente el caos que era mi vida. Seguí guardando ropa disfrutando de cada nota de la música hasta que un pitido logró traerme de nuevo a la realidad, así que revolví la ropa una vez más para encontrar el móvil.

“¿Qué tal chiqui? Como ves he desempolvado el móvil viejo así que ya vuelvo a tener conexión con el mundo exterior.”

Y así sin más una persona salía de mi teléfono para darle la bienvenida de nuevo a otra mucho más importante.

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