«Dicen que el tiempo cura las heridas. No
estoy de acuerdo, las heridas perduran. Con el tiempo, la mente para proteger
su cordura las cubre con cicatrices y el dolor se atenúa, pero no
desaparece.»
Rose Kennedy.
Fue todo cuanto escribí y fue precisamente
lo que comprobé esa misma mañana.
Él podría dedicarse a romper todo lo que
era como si estuviese hecha de papel o de cristal, pero era perfectamente
consciente de que si lo hacía crecería desde el suelo y me convertiría en un
auténtico rascacielos, lejos, muy lejos de él. Ambos lo sabíamos.
No había problema alguno en olvidar todo
lo que había pasado, tantas horas en vela con tan poco que decir, tantos
altibajos, decepciones, todo eso era fácil solventarlo y mucho más fácil aún, hacer como si no hubiese sucedido.
El autentico problema es que parecía que a
ninguno de los dos le importaba el hecho de que uno siguiese adelante sin el
otro, y entonces el verdadero problema dejaría de ser lo que no habíamos dicho
o hecho, ni siquiera lo que sí se hizo, mayoritariamente por mi parte. La
verdadera razón de mi enfado y frustración es el por qué no dijo e hizo todo
cuanto tenía que hacer para que siguiese a su lado.
¿A caso daba todo tan por establecido que
ni se preocupó de mantener lo poco que ya de por sí quedaba entre nosotros?
Ahora ni eso importa. Duele, pero ya no importa.
...
Lo diferente de esa mañana es que ella tan
suya y tan ensimismada en sus cosas intentando no pensar en él, se sorprendió
leyendo la respuesta que él le dio a su mensaje.
Al parecer Martin recapacitó y por un
místico milagro de la naturaleza, decidió dar señales de vida. Un saludo
formal, nadie sabe si fue sólo cuestión de educación. Superfluas preguntas por
cortesía sobre novedades, estudios, algún que otro interés por los problemas
del otro, y de repente, la frase. Ese “yo estoy mejor que nunca” salido de
su boca y minutos después el “mi vida ha cambiado mucho estas dos últimas
semanas” dicho por ella.
Y entre charlas
ligeras cargadas de significantes pero sin apenas significado, el tiempo ha ido
pasando. Dos meses en los que Em había descubierto todas y cada una de las
múltiples caras que Martin podía tener. Meses en los que ella se había
enfrentado a semanas enteras sin noticias, a llamadas a las seis de la mañana
lidiando con él, borracho y al teléfono, a historias sobre sus “exs”, a
confesiones desgarradoras, a conversaciones dónde lo único que podía hacer era
contener las lágrimas y sólo a pocos, a muy pocos momentos de verdadera
felicidad.
Empezaba a pensar
que ya nada de esto le compensaba.
Entonces, como
alguien que cree firmemente en que las cosas deberían cambiar, se atrevió y
dijo exactamente las cosas como las pensaba: “De sobra sé que no quieres que
haya ninguna, y ese ninguna también me incluye a mí. Algún día sabrás qué es lo
correcto y con un poco de suerte, aún seguiré aquí.”
Obviamente no
obtuvo respuesta, tampoco la esperaba. Lo que sí esperaba es que Martin
recapacitase y se diese cuenta de que, en realidad ella era todo cuanto él
había deseado. Probablemente a día de hoy aún lo espera mientras que quizá él,
nunca lo haga.
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