viernes, 6 de abril de 2012


«Dicen que el tiempo cura las heridas. No estoy de acuerdo, las heridas perduran. Con el tiempo, la mente para proteger su cordura las cubre con cicatrices y el dolor se atenúa, pero no desaparece.»
Rose Kennedy.



Fue todo cuanto escribí y fue precisamente lo que comprobé esa misma mañana.
Él podría dedicarse a romper todo lo que era como si estuviese hecha de papel o de cristal, pero era perfectamente consciente de que si lo hacía crecería desde el suelo y me convertiría en un auténtico rascacielos, lejos, muy lejos de él. Ambos lo sabíamos.
No había problema alguno en olvidar todo lo que había pasado, tantas horas en vela con tan poco que decir, tantos altibajos, decepciones, todo eso era fácil solventarlo y mucho más fácil aún, hacer como si no hubiese sucedido.
El autentico problema es que parecía que a ninguno de los dos le importaba el hecho de que uno siguiese adelante sin el otro, y entonces el verdadero problema dejaría de ser lo que no habíamos dicho o hecho, ni siquiera lo que sí se hizo, mayoritariamente por mi parte. La verdadera razón de mi enfado y frustración es el por qué no dijo e hizo todo cuanto tenía que hacer para que siguiese a su lado.
¿A caso daba todo tan por establecido que ni se preocupó de mantener lo poco que ya de por sí quedaba entre nosotros? Ahora ni eso importa. Duele, pero ya no importa.

 ...


Lo diferente de esa mañana es que ella tan suya y tan ensimismada en sus cosas intentando no pensar en él, se sorprendió leyendo la respuesta que él le dio a su mensaje.
Al parecer Martin recapacitó y por un místico milagro de la naturaleza, decidió dar señales de vida. Un saludo formal, nadie sabe si fue sólo cuestión de educación. Superfluas preguntas por cortesía sobre novedades, estudios, algún que otro interés por los problemas del otro, y de repente, la frase. Ese “yo estoy mejor que nunca” salido de su boca y minutos después el “mi vida ha cambiado mucho estas dos últimas semanas” dicho por ella.

Y entre charlas ligeras cargadas de significantes pero sin apenas significado, el tiempo ha ido pasando. Dos meses en los que Em había descubierto todas y cada una de las múltiples caras que Martin podía tener. Meses en los que ella se había enfrentado a semanas enteras sin noticias, a llamadas a las seis de la mañana lidiando con él, borracho y al teléfono, a historias sobre sus “exs”, a confesiones desgarradoras, a conversaciones dónde lo único que podía hacer era contener las lágrimas y sólo a pocos, a muy pocos momentos de verdadera felicidad. 
Empezaba a pensar que ya nada de esto le compensaba.

Entonces, como alguien que cree firmemente en que las cosas deberían cambiar, se atrevió y dijo exactamente las cosas como las pensaba: “De sobra sé que no quieres que haya ninguna, y ese ninguna también me incluye a mí. Algún día sabrás qué es lo correcto y con un poco de suerte, aún seguiré aquí.”

Obviamente no obtuvo respuesta, tampoco la esperaba. Lo que sí esperaba es que Martin recapacitase y se diese cuenta de que, en realidad ella era todo cuanto él había deseado. Probablemente a día de hoy aún lo espera mientras que quizá él, nunca lo haga.


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