martes, 10 de abril de 2012


3:30 pm.

«Gimme fuel, gimme fire, gimme that which I desire!»

Abrí los ojos, asustada por la repentina música. Era una mañana de estas en las que te levantas y todo, absolutamente todo, te da vueltas. Definitivamente no tenía que haber bebido tanto. 

Es curiosa la capacidad que tenemos las personas para hacer planes y esperar que todo salga según lo previsto, pero más curiosa es aún la facilidad que tiene el destino, el karma, Dios, o como lo queráis llamar, para darles la patada a ti y a tus planes y retorcerlo todo a su antojo. Recuerdo cómo salí ayer de casa, con la firme intención de estar un par de horas (tres a lo sumo) fuera y de levantarme pronto al día siguiente para no hacer el ridículo el lunes en la facultad. Já. Me río yo de los planes.

Cogí el móvil para apagar el despertador. En otras condiciones lo normal habría sido que hubiera saltado de la cama y me hubiera puesto a bailar como una loca al ritmo de esa canción que tanto me gusta... pero no estaba de humor, no aquella mañana. Decidí ignorar todos los mensajes que saturaban mi teléfono, así que lo apagué porque sabía perfectamente lo que iba a encontrarme: unos cuantos mensajes de Em para asegurarse de que seguía viva, quizá otros tantos de Amanda quejándose de alguna cosa de su ajetreada vida y, como no, un mensaje de él. Así que ya tendría tiempo de contestarlos después. Todavía sentada en la cama volví a cerrar los ojos, pero las imágenes de la noche anterior no podían salir de mi cabeza. Lo cierto es que la noche había sido un tanto extraña desde el principio: aunque había comenzado bien, tomando algo con Em y los chicos en el bar de siempre, las cosas habían empezado a desvariar por momentos. Recuerdo cómo tuve que firmar la paz con un tío que ni siquiera me cae bien a golpe de tequila, y me acuerdo perfectamente de las miradas indiscretas de Matt y sus amigos cada vez que nos encontrábamos con ellos por la calle, pero lo que no sé exactamente es cómo acabé, yo sola, en un antro de mala muerte con Joe, intentando convencerle para meterle en un taxi y se fuera a dormirla a su casa. Y cuando por fin lo había conseguido y estaba a punto de irme a casa mi teléfono comenzó a sonar. Jake. Genial. 

– ¿Dónde estás?
– ¿Y lo quieres saber porque...?
– Estoy en el bar de Bill tomando algo con estos, podías pasarte.
– Olvídalo Jake, estoy en el Ayuntamiento, me voy a casa.
– Vale, espérame, te acompaño. Piiiiii.

Lo dicho, genial. Y nótese el tono irónico de la frase. Hacía casi cuatro meses que no sabía absolutamente nada de Jake y visto lo visto hubiera preferido que la cosa siguiese así. Es cierto que le había echado mucho de menos, pero después de todo lo ocurrido yo no estaba dispuesta a intentar arreglar las cosas. Él había dicho que, ante todo, nosotros dos éramos amigos, y que aunque termináramos aquella “relación” no definida que ambos manteníamos las cosas no cambiarían entre los dos. Já. Me río yo de los hombres que dicen eso. Llegados a ese punto tenía dos opciones: largarme y tener que aguantar una semana entera de reproches por parte de Jake o esperarle y atenerme a las consecuencias de lo que pudiera pasar. Todavía seguía enfrascada en aquel dilema cuando vi aparecer a lo lejos una silueta conocida al final de la calle. Alto, sudadera roja, manos en los bolsillos, paso tranquilo... sin duda alguna tenía que ser él. No era guapo ni especialmente atractivo, pero era de esa clase de personas que tienen magnetismo, ese “je ne sais quoi” que te deja tonta e indefensa. La decisión estaba tomada, ya no podía echarme atrás y salir corriendo.¿Que cuál fue mi error? Sin duda alguna confiarme demasiado. Confiar en que ya lo tenía superado,  en que ya había pasado página y confiar en que no me dejaría embaucar por su labia. No esta vez. 

Creí que lo tenía todo controlado, pero cuando me quise dar cuenta Jake me había quitado las llaves, se había colado en mi portal y, como solía hacer siempre, se había sentado en las escaleras dispuesto a cualquier cosa menos a dejar que me fuera y entrara en casa. Y allí estaba yo, sentada una vez más sobre sus rodillas. Parecía que todo volvía a ser como antes, pero lo cierto era que todo había cambiado. Y entonces él dijo las palabras que yo llevaba toda la noche temiendo oír: 

– Quiero besarte.
– Ya es un poco tarde para eso ¿no crees?
– ¿Qué pasa, acaso no puedo hacerlo?
– Te recuerdo que fuiste tú el que dejó de hablarme, no puedes volver ahora como si no hubiese pasado nada.
– Tu tampoco volviste a hablarme.

Mi cabeza quería levantarse, pegarle, abofetearle, quería gritarle hasta quedarme sin aliento. Mi cabeza me decía que Jake había sido un capullo, que me merecía algo mejor que él, que tenía que pasar página de una maldita vez... pero mi corazón... definitivamente mi corazón era idiota. Y así, sin más, pasó. Me tiré a sus brazos una vez más, movida por la nostalgia y por los recuerdos, dejando libres todos los sentimientos que había estado guardando estos cuatro meses. Y cuando mis labios volvieron a encontrarse con los suyos... sencillamente perdí la cabeza.

[...]

4:15 pm

– ¡Joan baja a comer!

Volví a abrir los ojos. “Bien –me dije– supongo que ya es hora de afrontar la realidad”. Decidida, encendí el móvil y miré los mensajes. Jake, enviado el 11 de marzo a las 5:31 am. Cogí aire antes de leerlo: “Bueno, y supuestamente yo tengo una relación estable con esa rubia cachonda con la que me viste el otro día jajaja”. Las palabras me atravesaron. El teléfono se me resbaló de entre los dedos. Ni siquiera tuve valor para leerlo en voz alta, y tampoco sería capaz de explicar con palabras lo que sentí en aquel momento. Creo que nunca en toda mi vida me había sentido tan vacía por dentro, tan sola. Sí, me río yo de las relaciones estables.

Así que aquí estoy yo, sola y abatida una vez más. El mundo 1 - Joan 0: esa es mi vida.

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